- Necrópolis, enterramientos y cementerios en el término municipal de Haro (III)
- Necrópolis, enterramientos y cementerios en el término municipal de Haro
Repasadas las necrópolis cercanas al núcleo urbano, en este segundo capítulo nos referiremos a como sería la evolución funeraria dentro del núcleo urbano o intramuros.
Repasaremos los rituales mortuorios durante la Edad Media y Moderna, para llegar al momento de la concepción de los diferentes cementerios creados tras la promulgación de las leyes del siglo XIX, que trataremos en capítulo ulterior.
El uso de las iglesias para realizar las inhumaciones era la práctica corriente durante la Edad Media y Moderna. En el Haro intramuros, existían dos iglesias, la de San Martín y la de Santo Tomás, que daban nombre a dos de los tres Barrios o Mediavillas que componían nuestra ciudad, siendo el tercero era el de la Mota justo a los pies del castillo. A su vez, existían diferentes subdivisiones menores como podían ser el barrio de Portares, del Portillo, etcétera.
Volviendo a los enterramientos en las iglesias, había la creencia de que si los restos del difunto eran enterrados en suelo Santo le sería más fácil alcanzar la gloria divina, viabilidad que, asimismo, dependía de una cuestión económica. Los pobres de solemnidad eran enterrados en el exterior de la Parroquia, lugar que era conocido como cementerio de Santo Tomás.
La planta de la iglesia se encontraba escrupulosamente dividida en zonas que eran tasadas y subastadas para poder ser enterrado. Francisco J. Goicolea refleja una lista de precios de 1487, para el que pudiera ser enterrado en el interior de la Parroquia. Esta lista oscilaba desde los 100 maravedíes, cifra mínima para poder ser inhumado en la zona bajo el coro o cercano a la pila del bautismo o en la capilla de san Pedro, hasta los 500 maravedís en las capillas más importantes como la de Santa María, San Sebastián o San Miguel. Las familias más adineradas al construir los recintos funerarios incluso realizaban sepulturas y pequeñas criptas de entrada. Siendo una de ellas, bien conocida, la de Juan Alfonso de Salcedo. La primitiva iglesia de Santo Tomás, ocupaba aproximadamente, algo menos de las tres cuartas partes de la actual nave de la epístola y de la nave central. La capilla dedicada al Corpus Cristi, la principal del templo y cercana al testero del templo, fue la elegida por Juan Alfonso de Salcedo, para que reposaran los restos suyos y de su descendencia, al ser el lugar más preminente.
Al realizarse las composturas durante los siglos XVI y XVII, esta capilla perdería su relevancia demandando los Salcedo el lugar más preciado que, opinaban, que merecían. Tema que llegaría a tal grado de vehemencia, que conllevaría a plantear pleitos hasta en la Real Chancillería de Valladolid, que terminaría dando la razón al Cabildo de la Parroquia.
Las sucesivas ampliaciones aumentarían la magnitud en la que se podrían realizar las inhumaciones en este templo.
Inhumaciones y ritos funerarios
Las inhumaciones y los ritos funerarios (misas, limosnas, etcétera), serían una fuente de ingresos regular para la realización de las obras de ampliación del templo. Este pingüe negocio tenía como competidor, en un primer momento, a la otra iglesia intramuros la de San Martín, de mayor antigüedad en la que ya existían enterramientos desde, posiblemente, el siglo XIII. De hecho, ya en el siglo XX, al realizarse reformas en local que ocupaba el antiguo templo, en el subsuelo aparecieron múltiples restos humanos pertenecientes a las múltiples sepulturas realizadas en esta iglesia. Pero el pequeño tamaño de este santuario hizo que los entierros se comenzarán a realizar en mayor cantidad en la nueva y ya principal parroquia de Santo Tomás. De todos modos, los entierros en el interior de San Martín continuarían hasta el siglo XVI, destacando la inhumación de niños a los pies de la capilla de San Andrés, y que también siguió siendo utilizada por la cofradía homónima para los entierros de los cofrades.
Extramuros, la iglesia del convento de San Agustín, sería el lugar preferido, durante el siglo XVI, como consecuencia del lamentable estado de Santo Tomás debido a las malas condiciones de las obras realizadas en este siglo y que conllevaron la consiguiente obra de la siguientes centurias, dejándonos el aspecto actual. Tras varios intentos de fundar un convento de una orden mendicante, serían los agustinos los que lo cimentasen bajo el patrocinio de Diego López de Haro y su hija natural Clara Sánchez, y la autorización del Conde don Sancho de Castilla, señor de Haro, que también contribuiría económicamente. Su apertura tendría lugar en el siglo XIV, hacia 1373.
De esta primera fundación no nos han llegado restos a la actualidad, si no que el imponente edificio que podemos admirar hoy en día, se debe a las diferentes ampliaciones y mejoras realizadas a través de los años en el convento. Los agustinos gozaron de gran predicamento en la Villa, acogiendo su iglesia diferentes capillas privadas, que serían lugar de enterramiento de miembros de familias de ilustre apellido. Por ejemplo, la Capilla de la Santa Cruz fue adquirida por Juan de Ollauri Fuenmayor, alcalde de la fortaleza, para el uso privativo, creando el altar, embelleciéndolo, cercándolo con una verja e incluso erigiendo una arcada de entrada privada. Por medio de los testamentos, estas capillas quedaban atadas a familias insignes en un patronato, satisfaciendo el importe de los contratos los herederos o albaceas. Las desavenencias o desidia a lo pactado documentalmente serían causa de múltiples pleitos, multas o pérdida de la capilla.
Los principales absidiolos serían la ya nombrada de la Cruz, la de Nuestra Señora de los Remedios, la del Crucifijo, la de Santa Ana y la de San Sebastián que fue adquirida por el boticario Sebastián de Errastzi Urbina, en cuyo pago se incluiría el tratamiento farmacéutico gratuito por tres años para los frailes del Convento y los 20 ducados a satisfacer se trocaron en medicinas, quedando el resto de la planta de la iglesia como espacio para tumbas más modestas, al igual que se hacía en Santo Tomás.
El Cabildo se vería en la necesidad de celebrar, el 26 de febrero de 1528, un convenio sobre la cuarta funeral, ya que veía como sus ingresos disminuían de forma alarmante en beneficio de la comunidad monástica, además de que incluso se había llegado a roces y violencia en negociaciones anteriores. Volviendo a esta concordia con unas condiciones que ambas partes se comprometerían a cumplir, los pingües beneficios del negocio de las inhumaciones serían repartidas entre ambas partes, siendo ambas iglesias las encargadas, durante los siglos posteriores las que asumiesen las funciones funerarias y rituales de la Villa.
En San Agustín, en la centuria decimoctava, Agustín Ruiz de Azcarraga se encargaría de realizar amplias obras en el conjunto conventual, como por ejemplo el claustro, graderías, púlpitos, … siendo una de ellas el encajonado de sepulturas.
El Convento se mantendrá hasta la Guerra de Independencia, donde sería utilizado como cuartel general de las tropas francesas, intentándose volver a la vida monacal en 1815 entre terribles privaciones y el edificio amenazando ruina, lográndose su recuperación para volver a surgir una nueva crisis en la I guerra Carlista, ya que sería utilizado para diversos usos militares y sanitarios. La finalización de su existencia llegaría con la desamortización de Mendizabal, que haría desaparecer la comunidad monástica, pasando a ser propiedad municipal.
Construcción del teatro
En 1841 se propondría la construcción de un teatro en el lugar que ocupaba la iglesia, proyecto que se llevaría a efecto inaugurándose en junio de 1842. Durante las obras, al derribar y desescombrar el subsuelo aparecerían los restos mortales de los numerosos jarreros allí enterrados que, junto a los escombros, serían utilizados como relleno para nivelar los actuales jardines de la Vega.
Respecto a la parroquia, tras la Concordia con el convento, continuarían realizándose las inhumaciones regularmente y en 1671 Juan de Raón construiría un osario en el lado Norte, entre dos contrafuertes, de un tamaño de 2,8 metros. La razón sería el vaciado de restos para la fábrica de nuevas tumbas.
Al realizarse un nuevo solado para la parroquia en 1993-94, pudieron observarse y estudiar las sepulturas que cubría, logrando que fuese fiel copia del anterior solado y emplazarlo sobre el primitivo para preservar las tumbas existentes.
Respecto a otros templos de la Ciudad, hemos de colegir que cercano a la desaparecida ermita de la Magdalena y el antiguo Hospital, en el cerrado homónimo, existiría un cementerio nombrado por Juan González de Guevara, para dar sepultura a los fallecidos en dicho recinto.
En el interior de la Basílica de La Vega, hemos de deducir que existen enterramientos, al igual que los otros templos tratados. La única lápida existente en el lado de la epístola nos hace presumir que no es el único enterramiento existente. Se trata de la sepultura de Pedro Navarro Gareca y Fernández de Navarrete, alcalde de Haro, procurador general de los caballeros hijosdalgo de la cofradía de Santiago. La labra de la lápida es el escudo de armas del finado que descasa debajo del altar de San José en compañía de su cónyuge Francisca de Rabanera y Tejada e Ildefonso Ángel Uriarte. Los retablos de los altares laterales, donde se incluye el de San José, se ejecutaron bajo el patrocinio de esta mujer, viuda cuando se realizaron.
Respecto a otras sepulturas en el resto del recinto, no podemos asegurar nada, debido al entarimado que cubre el solado y ha impedido el estudio tal como se realizaría en la parroquia. Este entarimado se rehabilitó durante en el verano de 2024.