En estos últimos capítulos repasaremos tres estructuras que tienen una significación especial dentro de los términos urbanos. La primera de estas edificaciones se trata del conocido como Hospital de Madre de Dios.
La información la podemos encontrar en el diario La Rioja sobre las fechas de su inauguración (edición del 3 y 4 de setiembre) o en la recopilación realizada por Fernando de la Fuente, en Temas Jarreros V “La salubridad, la sanidad y las clínicas harenses (1800-2000)”. El recinto hospitalario sería inaugurado, el domingo 2 de setiembre de 1917, por las autoridades locales y la Junta del Compatronato o Patronato. Las obras habían comenzado el año anterior, el 23 de marzo, cuando se puso la primera piedra, acto que será bendecido por el cura Párroco, en presencia del Alcalde. El arquitecto del proyecto sería Federico Ugalde y como maestro de obras actuaría, el funcionario del Consistorio, Ernesto Montión (que también fue el diseñador y director de la construcción del Frontón-Cinema Carrasco, siete años después, tal como vimos en capítulos anteriores), siendo el contratista Dorronsoro. La razón de la construcción de este nuevo recinto sería que el anterior, ubicado en el exconvento de San Agustín, no reunía las condiciones de salubridad ante las epidemias presentes al final del siglo XIX y principios XX.
Anacleto Almarza, secretario del Patronato en 1917, realizaría un pequeño relato explicando como fue el recorrido del Hospital en el devenir de la historia jarrera. Exposición que sería publicada el día 4 de setiembre dentro de la descripción del hospital que realizaría el corresponsal del diario La Rioja. Grosso modo, la cronología de la existencia del Santo Hospital de Madre Dios, comienza al final de Edad Media (mediados del siglo XVI), en una ubicación intramuros en los Portares. Los Portares es la zona cercana al arco desaparecido de la calle Mayor (actual Santo Tomás). Su fundación debió ser propiciada por las autoridades seculares (Concejo) y religiosas (el Cabildo), con una función de dar servicio a los pobres, peregrinos, menesterosos y vagabundos, con un carácter plenamente caritativo. El tamaño sería de seis camas, atendidos por copatronos, pero con carencias materiales y de asistencia: Espacio limitado, insalubridad, dificultades para realizar las exequias de los muertos, etcétera.
Comenzado el siglo XVII el hospital intramuros se había quedado completamente obsoleto, con un tamaño insuficiente y una insalubridad importante, apreciándose la necesidad de construir uno de mayor capacidad y rendimiento. Será Juan (nombrado como Diego en el relato de Anacleto Almarza) González de Guevara, quien realice una petición explicando estas deficiencias, describiendo como debería ser el nuevo Madre de Dios. Básicamente, propondría llevar el nuevo recinto fuera de las murallas, al Cerrado de la Magdalena, cercano a la ermita homónima, creando una enfermería con seis camas, diversas estancias para atender a peregrinos, un comedor y un dormitorio para el hospitalero, a la vez que proyectaba la existencia de un cementerio para dar sepultura a los fallecidos. Además, instaría la necesidad de generar nuevas dependencias como una cocina, un solario, un lavadero de ropa y una sala de juntas para los cofrades de la Vera Cruz. Hospital que iría creciendo siendo muy apreciado en la comarca, recibiendo diversas donaciones y testamentos.
Uno de estos donantes, en 1663, Diego Ruiz de san Vicente, establece en su testamento la creación de un mayorazgo con la misión de refundar este hospital para pobres y menesterosos. Mayorazgo que quedaría extinguido debido a que sus descendientes pleitearon en todas las instancias posibles para revertir los deseos del finado. Será entonces cuando, tal como estaba previsto en el testamento, un Patronato se hiciera cargo de la dirección de los bienes y el hospital, planeando, en 1763, una nueva ubicación levantándose un nuevo edificio en la calle de los Lagares del Diezmo (actual Siervas de Jesús).
De nuevo, un siglo más tarde se traslada el Hospital, debido al crecimiento de la población y las nuevas necesidades, instalándose en el Convento de San Agustín a instancias de Ciriaco Aranzadi, creador asimismo de la Real Casa de Caridad y Beneficencia. Haciéndose cargo de las tareas asistenciales Las Hijas de la Caridad. De esta ubicación será trasladado, definitivamente, al término de El Mazo.
El nuevo edificio ocupaba una extensión de unos 1100 m², perimetrados con una tapia de mampostería. Tenía el polígono una orientación Norte-Sur, con dos entradas, una al Norte, la principal, otra al Oeste (frente a la plaza de Toros). Se le añadiría una tercera al Este, reutilizando la verja de hierro del cementerio de la Magdalena, tal como indica Fernando de la Fuente. Estaba el recinto situado entre la senda de El Mazo (actual Julián Fernández Ollero) y el camino a Zarratón (calle San Millán de la Cogolla/LR-203).
Las edificaciones se componían de cinco pabellones, de los cuales hoy en día persisten tres. El primero desde la entrada Norte, era el principal. Es un edificio de tres plantas (sótano y dos plantas). En el sótano se encontraba un pozo que suministraba agua a las instalaciones, una carbonería y diferentes almacenes. En la planta principal, a nivel de suelo, se hallaban la habitación del capellán, la sala de juntas y el despacho médico, junto a las cocinas. En la planta superior se encontrarían las habitaciones de las cuatro Hermanas de la Caridad junto a una pequeña cocina para su uso. Adosado hacia el Sur se localizaría la capilla, que contenía un altar donado por el alcalde Emilio Pisón junto a sus hermanos Juan y Presentación. Unos 15 metros hacia Solano, podemos encontramos dos pabellones gemelos, que es donde se ubicarían las salas de enfermos.
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Cada pabellón estaba diseñado para segregar por género, siendo el de la izquierda desde la entrada el de hombres, y el de la derecha el de mujeres, tal como se puede apreciar por los carteles metálicos, visibles en las esquinas de los pabellones. Se componían de una amplía sala de medicina y cirugía, 8 camas, cuarto de baños, lavabos y sanitarios. Asimismo, existía una habitación para el enfermero.
Las otras dos naves, desaparecidas a día de hoy, estaban situadas a 35-40 metros de los pabellones de los enfermos. El primero de estos edificios estaba diseñado para ser la sala de curas, una estancia para dos reclusos y la sala de autopsias. La otra edificación era el lavadero, secadero y lejiadora. El resto de terreno, no edificado, sería utilizado como zona ajardinada y de arboleda, reservándose para un futuro la construcción de nuevos pabellones para el tratamiento de enfermedades más específicas.
Tal como hemos dicho al principio, se inauguró el 2 de setiembre de 1917, con una ceremonia sencilla bendecida por Florentino Rodríguez, cura párroco. Luego, y antes de una visita, se tomó un ligero refrigerio compuesto de pastas y licores. La Junta del Patronato, estaba compuesta por el alcalde que era el presidente, el cura párroco y varios próceres de la Ciudad, Pedro Pablo Gato, Ildefonso Pisón, Arturo Marcelino, Alberto Roig, Fortunato Gil y Anacleto Almarza que ejercería como secretario. El personal sanitario se componía del doctor Mozos, el practicante Marcelo Zubiaurre, el capellán Jaime Ugarte y las Hermanas de la Caridad. Estuvo en funcionamiento hasta producirse la unión de las diferentes Sociedades de Beneficencia de la población (Hospital de Madre de Dios, Fundación García-Cid Paternina, Real Casa de Beneficencia y Caridad, y Fundación Izarra-Campos Gota de Leche) que daría lugar a una única institución que sería denominada Fundación Madre de Dios. Proceso fundacional que se llevaría a efecto durante la década de los sesenta. El hospital se considerará obsoleto, pasando sus funciones asistenciales benéficas en un primer momento al Asilo García-Cid Paternina, para desaparecer las acciones hospitalarias en la Ciudad al centralizarse estas en los centros hospitalarios de la capital. Las actividades de beneficencia pasarían a realizarse en un nuevo centro construido en parte de los terrenos del vetusto hospital, denominado Hogar Madre de Dios, tras la clausura del Asilo García-Cid. Los edificios supervivientes, en la actualidad, almacenan diversos objetos y archivos pertenecientes a la Fundación Madre de Dios.