José Luis Martínez-Lacuesta es miembro de la cuarta generación de la firma que tomó plaza en La Vega y que terminó por asentarse en La Ventilla antes de trasladarse a lo grande a los pagos de Ubieta. Él es el que cuenta esta curiosa historia. “El pasado 2 de junio se puso en contacto con la bodega Diego Casillas, joven abogado mexicano y sommelier”, relata. Casillas le contó que tenía en su poder botellas con su etiqueta y firma pertenecientes a la añada de 1922 y al cupo que adquirió su bisabuelo, Juan M. González, descendiente de españoles y apasionado al vino, en los años 30. Curiosamente, todas ellas personalizadas con su nombre y envueltas en papel de celofán rosado, redecilla metálica y protección de paja alambrada. También incluso las cajas de madera en las que fueron trasladadas. Todo un hallazgo y una sorpresa mayúscula.
Pero si “milagrosa” resultaba la mera existencia de estas botellas, más lo era aún el saneado aspecto que mostraban, a la vista de las imágenes enviadas por el abogado mejicano a los descendientes de Félix Martínez Lacuesta, el fundador de la bodega de Haro que carga a sus espaldas con más de 125 años de historia, cumplidos recientemente. También la evidencia documental de tan histórico fondo porque, al revisar los registros de la firma, José Luis encontró la factura que permitía situar perfectamente en qué establecimiento de la calle de la Vega se fabricaban las fundas de paja utilizadas entonces, tal y como certifica el álbum fotográfico de este artículo.
Descendiente de españoles y apasionado al vino
Un apunte sentimental. La familia de Juan M. González, en todas sus celebraciones durante décadas, brindó con vinos de la bodega de Haro y hace apenas unos días fueron sus descendientes los que devolvieron el detalle poniendo en sus manos 8 botellas de 1922. El abogado mexicano se vino hasta Haro por el mismo camino que siguieron en su día las históricas botellas e, invitado por la bodega, se presentó en sus calados para devolver a la vida el contenido de cada uno de estos antiquísimo recipientes. Junto al abogado y su esposa estuvieron José Luis y Luis Martínez Lacuesta y Álvaro Martínez en este encuentro para probar un vino que parecía haber aguantado el paso del tiempo con entereza y con apenas poso.
Con este vino se brindó, por ejemplo, en el bautizo de Diego, como en todos los eventos que su familia consideró inolvidables, y un siglo después de desprenderse de las viñas de la comarca de Haro regresó a casa. “Es probable que, a resultas del viaje comercial que mi abuelo, Emiliano Martínez-Lacuesta, realizara a América entre los años 1904 y 1910 estableciera contacto con Juan M. Gonzalez y se forjara la relación». Es la hipótesis que se maneja en la casa jarrera.
La prueba anotada en el diario de la bodega por José Luis Martínez-Lacuesta y el resto de sus primos, para que quede constancia fiel de lo sucedido, es que «la apertura de una de las viajeras botellas la llevó a cabo, con pericia valentía y conocimiento, el bisnieto del comprador mejicano ante la atenta mirada de Álvaro Martínez, enólogo perteneciente a la quinta generación de nuestra bodega, y del resto de su ‘staff’. Hasta yo me atreví, con temblor de manos, todo hay que decirlo, a despojarla del papel que la envolvía y de su cápsula y malla metálica”, reconocía al cierre de un encuentro que dejó más detalles para no olvidar.
Y bastó con abrir una sola botella. El resto aguardará a que algún afortunado lo haga en el futuro. “El vino estaba perfecto de color (brillante, límpido, sin apenas poso); de aroma (que sorprendentemente fue a mejor en cada olfacción) sin aromas anómalos; y de sabor (suave, profundo, Rioja en estado puro) sin aristas. Increíblemente”, destacaba en su ficha de cata José Luis. “Después de una hora de su apertura el vino continuaba en perfecto estado”. Cosas del vino y culpa de los familiares que pusieron en funcionamiento el reloj de Martínez Lacuesta porque “sabían muy bien lo que hacían”.