Imaginemos por un instante, puestos a imaginar, que Santiago Abascal gobernase España. Imaginemos que en esa fóbica y extrema propuesta fascista de Vox, muy afín ideológicamente a la de Netanyahu y su partido Likud, decidiese transformar La Rioja en un laboratorio de exclusión y violencia.
Imaginemos una franja de terreno trazado desde Haro hasta Logroño, de unos 43 kilómetros de longitud, con una anchura de entre 6 y 12 kilómetros, delimitada al norte por un elemento natural y difícilmente franqueable, como el río Ebro. De la cual resultaría un área muy aproximada en extensión a la actual Gaza.
Imaginemos quedar confinados en ella, sin derecho a salir, bajo el control de un poder absoluto y armado hasta los dientes, simplemente por no comulgar con su ideario, por ser gay, lesbiana, trans, atea, roja, árabe, pobre, latina, etc… o porque nos declarase a todos como terroristas o ciudadanos de tercera.
Imaginemos que ese estado fascista y opresor, tuviese a su disposición uno de los ejércitos más potentes y tecnológicos del mundo, así como un servicio de inteligencia implacable. Que nos vigilase las 24h, los 365 días del año, y decidiese que los seres humanos que habitan esa zona geográfica deben morir.
Sigamos imaginando. Imaginemos como vamos a morir, sufriendo a diario incursiones militares y ataques indiscriminados, contra población civil desarmada, con armamento de ultima generación. Si eso fuese poco, imaginemos que nos impidiesen tener acceso a alimentos y a cualquier tipo de ayuda humanitaria. Todo ello de manera impune, bajo la aprobación de una ley equivalente a la “Ley de Estado-Nación” de 2018, como la que aprobó Israel contra el pueblo palestino, que permitiese ser víctimas de una discriminación legalizada e institucionalizada. Supongamos también que es silenciado por la hipócrita indiferencia de nuestros vecinos vascos, navarros, castellanos e incluso por gran parte de comunidad internacional.
Vayamos un paso más en este ejercicio de imaginar, visionados como nuestra hijo muere de inanición en nuestros brazos o sintamos el terror provocado por estar sometidos a continuos e indiscriminados bombardeos que no distinguen entre hospitales, escuelas o edificios civiles. Cuerpos inertes de amigos o vecinos sepultados entre los escombros. Y porque no familiares, padres, madres, abuelos, maridos o esposas desmembrados por los impactos del armamento pesado.
Una deriva fascista
Ahora dejemos de imaginar por un momento, porque lo que aquí se dibuja como un ejercicio de imaginación no lo es y lleva pasando desde hace 2 años en Gaza.
Es REAL, se llama GENOCIDIO y es así de descarnado. El GENOCIDIO del pueblo palestino bajo el gobierno de Benjamín Netanyahu y su partido Likud, una formación que ha llevado al sionismo a una deriva abiertamente fascista.
Tanto es así que, desde 2024, Netanyahu está acusado formalmente por la Corte Penal Internacional, con una orden de búsqueda y captura por crímenes de guerra y lesa humanidad. Una orden que los estados se niegan a ejecutar, al tiempo que Naciones Unidas ha reconocido recientemente, sin el apoyo de EEUU, que lo que ocurre en Gaza es, efectivamente, un GENOCIDIO.
Todo este paralelismo no es gratuito. Trump, Milei, Meloni, Orban, Ayuso y como no, Santiago Abascal, líder de Vox, han demostrado en reiteradas ocasiones su afinidad ideológica con Netanyahu. Todos ellos comparten un nacionalismo excluyente, siendo cómplices de apoyar y blanquear este GENOCIDIO, amparándose en la visión del “otro” como amenaza y una pulsión autoritaria que no duda en justificar la violencia contra quienes no comulgan con su ideario.
Fascismo y sionismo coinciden en la negación de la diversidad. Lo hacen desde ese supremacismo, otorgado por decisión divina, que les impulsa a construir sociedades homogéneas por la fuerza.
No hablamos de ciencia ficción, sino de una realidad que ya hemos visto desplegarse en otros contextos, tiempos y lugares: clasificar ciudadanos de primera y de tercera, negar derechos a quienes no pertenecen a esos grupos privilegiados y justificar la violencia como herramienta de “seguridad”.
Quizá esta metáfora riojana sirva para acercar el horror lejano a nuestra propia casa. Porque lo que ocurre en Gaza no es un conflicto “ajeno”, sino un espejo en el que podemos ver reflejadas las derivas autoritarias de líderes que, como los mencionados, Trump, Milei, Abascal o Netanyahu, exaltan discursos nacionalistas para imponer regímenes de exclusión.
Hoy Palestina. Mañana ¿quién?
Este ejercicio de imaginación debería convertirse en advertencia. No se trata solo de empatía, humanidad y defensa de los DDHH, sino de entender que los fascismos, allí donde crecen, acaban convirtiendo la vida cotidiana en un campo de confinamiento, y el territorio en un espacio de violencia legitimada. Lo que ocurre a miles de kilómetros puede enseñarnos, si queremos verlo, cómo defender nuestras libertades aquí y ahora.
Como sociedad civil no podemos permitir la localización, mucho menos la globalización, del fascismo y su causa.