Si la obra de ayer fuese un vino, su característica principal sería el retrogusto que deja en boca una vez bebido. El texto de Antonio Muñoz de Mesa sigue retumbando en la cabeza bastante tiempo después de salir del patio de butacas. No sé si a todo el mundo que llenó el Bretón de los Herreros le quedó el mismo retrogusto, pero es de agradecer que una obra de teatro tenga esa capacidad de hacernos reflexionar sobre lo ocurrido en escena durante algo más de una hora.
Los ingredientes de los que se valen tanto el texto como la dirección y la compañía Vaivén para alcanzar esas notas de postgusto van entre el humor, la inteligencia y el engaño. El secreto de su fórmula está en las dosis que se pongan de cada uno. Con las dos primeras se puede ser más permisivo pero con la tercera, como la sal, hay que tener cuidado: si pones poco no se nota y si pones mucho arruina el plato. El engaño o el truco en una historia es un riesgo de valientes o temerarios. Según cómo termine todo.
El efecto Homer Simpson
El humor, o la risa, en este caso, está presente desde el principio como un ingrediente básico. Básico por lo fundamental; básico por lo fáciles de algunas bromas. Un escenario básico, con una familia básica y unos personajes básicos. Ante la reacción entregada del público ante el personaje del cabeza de familia me he acordado del efecto Homer Simpson: ¿Nos reímos de él como ejemplo a evitar o como ejemplo a seguir?
La obra dibuja con nitidez un escenario de una sitcom con la diferencia de que, aquí, las risas no son enlatadas. Y esa imagen, justo al final de la primera parte, me conectó con otra sincronicidad o una de esas casualidades a granel que pasan más de lo que creemos. Ayer mismo comencé a ver una serie llamada ‘Que le den a Kevin’. Un programa con poca repercusión, pero que, con humor, inteligencia y engaño, trata de encontrar el interruptor de esas risas enlatadas.
Risa congelada
Sin querer dar demasiadas pistas más para no desvelar el truco, que en mi opinión, está a un paso de romper el pacto con el espectador, la obra justifica ese engaño con el silencio atronador que recibe el elenco del público. Una audiencia que había reído a mandíbula batiente instantes antes. Es ahí donde descubro que las risas enlatadas en está obra sí han sido las nuestras. Ahí está la dosis de inteligencia de esta obra.
Tras el silencio, la realidad sobre la que la obra quiere poner foco: La exposición social en una sociedad digital no es una broma. Todo tiene consecuencias aunque queramos poner excusas o paños calientes o comedia en un tema que no tiene maldita la gracia. La función consigue, con esa efectividad un tanto apabullante de esas campañas para prevenir los accidentes de tráfico, congelarnos la risa y, literalmente, dejar al público retratado.
El racismo cotidiano baja el telón
Mañana, a partir de las 20:30 horas, y como clausura de la fase oficial del Garnacha, se podrá ver ‘Muchos amigos negros’ de Ados Teatroa. Las manos expertas de Garbi Losada desarrollan, en su doble faceta de autora y directora, esta historia sobre “el miedo a la persona desconocida”, según explica la compañía. Una comedia negra que da vueltas a aquel tan traído “yo no soy racista, porque tengo muchos amigos negros”. Un bar a punto de cerrar, con el dueño y su amigo dentro, recibe la visita inesperada de una persona migrante que pide ayuda urgente. Una premisa aparentemente sencilla con la que se van destilando, siempre con el humor como amalgama, temas tan cotidianos como incómodos.
