“Hoy la historia de la cuchillería se cierra. Para nosotros, aunque lo intentamos ocultar en el día a día (que bastante nos ocupa), se cierra con ello una parte de nuestra vida. Anteayer le decía a papá que yo había nacido en esa tienda, sin darme cuenta de que él también”. Así anunciaba el actor José Fuentefría el cierre del negocio que ha regentado su padre, Antolín Fuentefría, desde hace más de media vida. Un perfil de comercio, el denominado de ‘portal’, que fue muy popular hasta mediados del siglo XX. En muchos casos eran concebidos como talleres que prolongaron durante años la vida de numerosos oficios artesanales, ahora ya en extinción. Curiosamente, pocos metros del taller de Antolín, en la calle Santa Lucía, aún pervive Pedro Juan Leiva como zapatero, otro oficio de esos en vías de desaparición, y a veces más necesario de lo que pueda parecer.
La historia de Antolín con su cuchillería arranca con la muerte de su padre. El joven, que trabajaba como litógrafo en Bodegas Rioja Santiago, tuvo que hacerse entonces cargo del negocio familiar. “Mi madre, Casilda, siempre a su lado, y en aquel momento con una hija, Isabel, mi hermana y otra en camino, mi hermana Icíar. Poco después nací yo. Hemos nacido y crecido en ese taller de afilado, en la cuchillería, siendo siempre los Fuentefría, los hijos del afilador. Y qué honor, qué orgullo”, relata José Fuentefría.
“Con una clientela de perfil muy definido (hombre maduro y vinculado a las labores del campo, poco proclives a los cambios), fue aprendiendo y ganando tiempo al tiempo para llegar hasta aquí, de forma concienzuda, renunciando a su tiempo para atender casos de urgente necesidad, aspirando a una perfección que tal vez no exista pero los suyos aseguran que sigue persiguiendo”, escribía Roberto Rivera en El Correo en diciembre de 2020.
Su hijo José recuerda cada rincón, cada silla y cada estante de esa tienda. “Todo tiene parte de nosotros”, escribe en Facebook. “Mi padre ante todo ha sido un profesional. He de decir que a veces he sentido celos de esa cuchillería, de su amor por el trabajo. Hasta que entendí que ese amor por su trabajo no es más que amor a su familia. Su manera de amarnos, de protegernos, de darnos todo lo que tenemos. Muchos veis a mi padre como un señor serio y duro, aunque siempre está de bromas (muchas inadecuadas para lo que es hoy la sociedad). Lo es. Porque en el trabajo hay que serlo”, resalta con cariño.
“Haro ya no tiene afilador”
Pero todo tiene un final. Esta semana se ha cerrado la cuchillería, anque Antolín seguirá atendiendo en Lucrecia Arana, 31, en la tienda que abrió junto a su esposa (Regalos Fuentefría), debajo de la casa en la que creció la familia. “En la tienda que posteriormente fue el punto de salida para mi hermana Icíar para que abriese Estilo, en la calle Cuevas, 38”, detalla su hijo José. “Seguirá allí, pero ya no afilará. Haro ya no tiene afilador. Sé que a las autoridades no les ha importado (ni a unos ni a otros, más pendientes de llenar Haro de hoteles vaciarlo de jarreros, pero sé que a mucha buena gente esta noticia le va, al menos, a remover un poco. Gracias a todos por haber confiado en mi padre y en mi abuelo. Os queremos”, agradece su hijo José.
