A Javier Murillo Capellán el corazón le llevó desde el Parque de Bomberos de Haro, donde ejerce como cabo, hasta la frontera entre Polonia y Ucrania para poner a salvo a 50 mujeres, madres e hijas, que huyen de la guerra, otra más en una Europa, un continente que creía haber pasado página a su sangrienta historia.
El corazón le llamó, como a Manuel José Pérez Gambín, Raquel Sáenz Ortigosa, Francisco García Mirete, Juan Carlos Callejas Hernández y Albina Zhezhnyavska, la semana pasada, y no tardó en responder, de forma incluso “inmediata y hasta precipitada”, a su llamada.
Respondió a la llamada de manera “inmediata y hasta precipitada”
Así, el pasado lunes partió junto a sus compañeros hacia donde se escucha el estruendo de las bombas al golpear sus objetivos, el chirrido de las cadenas de los carros de combate y sobre todo el llanto de las gentes que no entienden nada de lo que está pasando. Y el miércoles, ya hacía entrada en los campos de refugiados, después de haber establecido junto a la Asociación de Ucranianos de Torrevieja un plan de viaje y de trabajo.
La asociación coordinó el encuentro, lejos de su hogar, de sus esposos y sus hijos, de ser varones y mayores de 18 años, de medio centenar de mujeres que tenían garantizada su acogida en diferentes puntos de la costa española, donde residen amigos y familiares. Ellos se pusieron manos a la obra y afrontaron el último paso. El mismo jueves, a las seis de la mañana, iniciaban el viaje de vuelta en un autobús cargado de atronadores silencios. Cinco pasajeras se bajaron en la Barcelona, otras cinco más lo hicieron en Valencia. El resto viajaba camino de Torrevieja, a donde tenía prevista su llegada poco después, a media tarde de este sábado.

Un alma inquieta
En el caso de este calceatense de 42 años, un alma inquieta integrada en la ONG Rowing Together (Remando Juntos), no fue necesario analizar la situación. Como el resto del equipo decidió actuar “de forma rápida y hasta precipitada”, al entender que se trataba de un escenario “especialmente dramático” que había generado, contra pronóstico, “una reacción inesperada y sorprendente”.

Para afrontar el reto se pidió un listado de necesidades, para diseñar el plan logístico más adecuado en un primer momento, y se coordinaron después las actuaciones para plantarse en la frontera de Polonia con Ucrania y toparse de bruces con una situación que, aun después de todo lo que ha vivido el bombero del parque jarrero a lo largo de su vida, “resulta difícil gestionar”.
“Tras la pandemia tuvimos que dejar de lado la labor que estábamos haciendo en Tesalónica”, por imperativo de la crisis sanitaria generadas por la COVID. Ahora que empezaba a remitir, buscaba un nuevo frente donde ayudar a cerrar vías de agua. No tuvo que exprimirse mucho la cabeza. Porque Rusia invadió territorio ucraniano, y esta crisis, ahora humanitaria, le cayó encima “casi sin pensarlo”.


La organización con la que se entrega a quien lo necesita fue diseñada para actuar sobre el terreno “lo antes posible. No como los gobiernos o las instituciones, que son mucho más lentas y, para cuando se ponen, pasan semanas».
Y es que apenas comenzaba a desplomarse sobre las ciudades de la antigua república soviética las primeras bombas, la ONG ya disponía de una radiografía de situación y necesidades, y comenzaba a tender caminos para aportar soluciones. “Nos dimos cuenta de que debíamos sacar, en primera instancia, al mayor número de gente posible de allí”, asegurando por encima de todo su acogida.
Y, una vez definido el objetivo y el destino, la ciudad de Przemysl, alquilaron un autobús, aceleraron todo el papeleo y llenaron la bodega del vehículo de comida para repartirla entre los refugiados. Había que plantarse allí cuanto antes. “El viaje de ida, sin nadie en el autobús ni necesidad de hacer paradas, lo hicimos rápido”, detalla Murillo.
Pero el de vuelta se hacía infinitamente pesado. Lastraba la travesía toda la carga emocional que se acumulaba en los asientos y pasillo del vehículo, historias con nombres y apellidos, y detalles que obligan a cuestionar hasta qué punto es capaz de llegar el ser humano y donde están los límites de su moralidad.
De hecho es el peso que Murillo tuvo la sensación de soportar cuando se encontró de sopetón con “miles de mujeres y niños, bajo un frío espantoso de hasta doce grados najo cero, que deben cruzar la frontera a pie, haciendo noche a la intemperie en muchos casos para salir cuanto antes del país», recuerda ya en España como como si fuera una película que en realidad es cien por cien real.
“Se te cae el alma a los pies”, acierta a decir reconociendo que la cabeza le funciona “sólo al 30%” después de tanta desolación y tanto cansancio. Y sin embargo tampoco es un problema.
Como al resto de quienes forman parte de esta admirable caravana, una de las miles y decenas de miles que se han tejido desde aquí y allá del continente, no le llevó la cabeza. Le llevó el corazón. Es el que le ayuda a superar la presión de ver que “las mujeres ucranianas están dejando allí a sus maridos, a sus padres, a sus hermanos, a sus hijos”.
Cuenta Murillo como en la tripulación de su nave hay una, en concreto, que “viaja con su hijo de 14 años pero se ha visto obligada a dejar allí a otro de veintiuno sin saber si habrá un día en que podrá volver a verle”. Que un día antes de la salida hacia España “se despedían los padres de los hijos y las mujeres antes de subir al autobús. Lesbos fue durísimo porque la gente se nos moría en las manos; aquí ni siquiera hemos entrado en el país”. Y tratar de reanimar a esa gente, aborrecida por la certeza y asaltada por la incertidumbre, “es imposible. Cualquiera al que le corra la sangre por las venas es capaz de entender el dolor de estas mujeres”.
Incluso al diseñar su hoja de ruta, desde ese convulso cruce de caminos en el que se instalan los adolescentes para diseñar su futuro. Él centró todo su esfuerzo en llegar al CEIS “por vocación”, porque es incapaz de estar parado si intuye que se necesitan manos para evitar la destrucción. Y desde entonces (2007) no ha parado.
Mientras avanza la ayuda humanitaria, la ONG piensa seguir ayudando desde España: «Esta primera colaboración no ha terminado hasta que no suene el pitido final y los dejemos a todos con su gente». A partir de ahora, se plantearán nuevas acciones, porque llegados a este punto ya es imposible parar.