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Ernesto Tubía, el hombre de los 200 premios literarios

Este jarrero, que escribe por afición, colecciona tal cantidad de premios que ya no sabe qué hacer con ellos en casa. Sólo en 2017 llegó a recibir hasta 25 trofeos
Ernesto Tubía posa en Fuente del Moro con una pequeña muestra de los premios conseguidos en los últimos diez años.

Ernesto Tubía (Haro, 1975) quiere dejar bien claro que no es para nada vanidoso. De hecho, la foto sobre estas líneas fue prácticamente suplicada. En ella, este técnico de laboratorio y escritor aficionado exhibe, medio obligado por HARO DIGITAL, sólo una pequeña parte de los 200 premios literarios que colecciona desde hace diez años. Fue levantar el trofeo del Certamen de Cuentos y Relatos San Felices, y ya fue un no parar. El pasado 2017, Ernesto llegó a recibir la friolera de 25 premios. Tiene hecha hasta la media de premios: “Gané uno de cada ocho certámenes a los que me presenté”. Una locura. Tiene tantos que ya no sabe qué hacer con ellos en casa. “Tengo a mi mujer aburrida con tanto trofeo. Por eso el único que exhibo en casa es el de San Felices porque fue el primero y porque le tengo un cariño especial”.

Pero, eso sí, reconoce que si gana muchos premios es porque se presenta a muchos. “No puedes presentarte a tres y que suene la flauta”, señala. Por eso, haciendo números, puede que Ernesto en estos diez años se haya presentado a unos 2.000 certámenes.

Escribir por diversión

La temática de sus relatos salta de un género a otro, aunque el suspense, el drama y las historias localizadas en el medio rural son sus favoritas, aunque en ningua de ellas, curiosamente, Haro ha sido protagonista. “Tengo un boceto de una historia que transcurre aquí, pero no sé exactamente por qué no me ha dado por ambientar ningún relato en la ciudad donde crecí”, reconoce Ernesto, al que la afición por escribir le viene de lejos.

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Empezó de forma esporádica con 20 años. Influenciado por Stephen King, a Ernesto le dio por llevar al papel relatos de terror, a rebosar de fantasmas y muertos vivientes. El gusanillo por la lectura y por contar historias le picó entre revistas y comics en el antiguo kiosko de la calle Víctor Pradera que regentaron sus abuelos y luego sus padres. De hecho, si le preguntas si se considera más escritor que técnico de laboratorio, Ernesto no tiene dudas: “Yo soy kioskero”, afirma al recordar las épocas en las que ayudaba en el negocio familiar.

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“Los ojos los he heredado de mi madre”. Su afición por la escritura le viene de sus tiempos ayudando a sus padres en el kiosko de Víctor Pradera.

No obstante, Ernesto tiene claro que escribe por divertimento a pesar de que reconoce que a veces ha ganado lo mismo en premios que trabajando. “Es algo muy distinto a mi profesión y me sirve para distraerme”. Por eso no piensa ni por asomo en dedicarse profesionalmente a ello. “No creo en los petardazos. Eso de escribir una novela y que se convierta en éxito es muy complicado. Por eso valoro mucho a los que lo han conseguido. Ojalá supiese escribir bestsellers”, confiesa con una sonrisa.

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“Tengo libros hasta en el baño”

A pesar de todo, revela que tiene una novela en manos de una editorial. “Ojalá saliese bien. Me daría con un canto en los dientes”, reconoce a sabiendas de lo complicado que es este mundo. Por eso quizás sus escritores favoritos no son tan conocidos ni han escrito novelas que han vendido miles de ejemplares. Son Miguel Sánchez Robles, Javier Clavero y Francisco de Paz Tante, que considera que son “de lo mejor de España”.

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Fue levantar el trofeo del Certamen de Cuentos y Relatos San Felices, y ya fue un no parar.

Sin embargo, no reniega de grandes como Haruki Murakami, Stephen King o Eduardo Mendoza, pero tiene como gran referencia a la veterana escritora Teresa Núñez, que llegó a escribir novelas del oeste con un pseudónimo. “Ella escribe por genética y me encantaría parecerme a ella escribiendo”, explica Ernesto y añade que, a pesar de acudir a tantos certámenes, tampoco invierte tanto tiempo escribiendo. “Durante el día no perdono leer. Tengo libros hasta en el baño, pero escribir ya es más difícil. Suelo invertir cuatro o cinco horas a la semana. Al final entre mi trabajo y mi familia no me queda tanto tiempo”, confiesa Ernesto, al que le gustaría creer que es “mejor escritor que hace diez años y peor que dentro de otros diez”.

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