Roberto Rivera, senador de Roma. Durante la ovación final, el dramaturgo y periodista jarrero recibió de manos de uno de sus actores, el estupendo Miguel Hermoso, la toga senatorial. Con ella puesta saludó, agradeció y aplaudió a quienes llenaron el Bretón de los Herreros de su ciudad. Un acto cómplice entre actor y escritor que esconde, también, el simbolismo del autor que entiende muy bien los mecanismos de esa dramaturgia entregada a las intrigas de Roma. Un autor cómodo y hábil en bucear en la Historia y escribir desde la contemporaneidad aquellos dilemas que son nuestros dilemas.
Como todas las historias de Roma, ‘República de Roma’ es una historia que habla de nosotros, de las estructuras de convivencia y gestión que nos hemos dado, de los dilemas entre verdad y mentira, entre poder y futuro. Una política que usa esa verdad y esa mentira como herramientas para fines propios, una política grandilocuente, pero trufada de traiciones y deseos personales.
Una historia que Rivera sitúa en la antesala del gran foro romano, un salón de pasos perdidos donde se mastican, se urden y se diseñan las tramas sobre las que descansa el futuro de un pueblo que permanece fuera, ajeno y preocupado.
Con una escenografía sobria, y quizás un tanto fría, los personajes deambulan, caminan, suben y bajan escaleras mientras hablan, discuten y piensan. Animados por un texto capaz de reflejar las intrigas romanas en nuestra propias intrigas, era muy difícil no pensar en Catilina, Cicerón, Quinto e Híbrida con otros trajes, otros nombres e incluso otras caras mucho más terrenales, reconocibles y actuales. Esa es una de las fortalezas de esta función.

Capacidad de entretener
La otra fortaleza es la capacidad de entretener. Una habilidad cimentada en dos pilares fundamentales: el texto y el elenco. Roberto Rivera aprovecha su talento para el adorno y el alambique y construye una lucha dialéctica a cuatro voces con el eco solemne de los mármoles del senado de Roma. Lo hemos leído pero no sabemos exactamente cómo hablaban y discutían, pero la aproximación de Rivera suena muy bien. Además, es un texto enfocado en su propio propósito. Centra sus esfuerzos en contar una intriga política, universal y romana, pero no se diluye en otras disquisiciones y eso hace que el espectador no se pierda por el camino.

Con un texto compacto a cuatro voces y una escenografía sobria, la elección de los actores es fundamental. Y este es el segundo pilar. Aunque en la función jarrera hubo algún desajuste y desequilibrio entre las energías de algunos personajes, la presencia de Pedro Miguel Martínez y Miguel Hermoso en los papeles principales es una garantía. Hermoso disfruta y hace disfrutar con la construcción de esos personajes atractivos por su vileza, que buscan las cosquillas del sistema y que ponen al espectador a pensar porqué el mal le resulta tan estimulante. Martínez responde con sobriedad y gravedad la propuesta de Hermoso. Y Oscar Hernández y Roberto Correcher sostienen este duelo principal esperando su turno. Y menudo turno.
Una función que funciona como un reloj. Un reloj que nos indica que, por mucho que se manipulen las manecillas, el tiempo siempre es el mismo y nuestros dilemas, también.





