Pasada la localidad de Berceo, recostado en la ladera izquierda de la cuenca que conforma el río Cárdenas, afluente del Najerilla, cuyas aguas se suman a las del Ebro, encontramos el Monasterio de Suso. Está considerado Patrimonio de la Humanidad desde 1997.
Aquellas cuevas, inicialmente ocupadas por eremitas, para el siglo V y VI acabaron por convertirse en el edificio monacal que más o menos hoy conocemos. En él encontramos huellas del primitivo cenobio visigótico, añadidos mozárabes y algunas intervenciones románicas.
Todo comenzó con la llegada al lugar de un pastor de nombre Emiliano (Millán). Influido por su maestro Felix (San Felices), adoptó una vida de retiro y oración. Muerto en el 574, allí fue enterrado por sus discípulos e hicieron perdurar sus enseñanzas hasta nuestros días.
Además, el emanuense de turno, quizá porque fuera vasco parlante, añadió las primeras palabras escritas en euskera
Aquel pequeño cenobio, impulsado por un grupo de seguidores, presididos por un abad, acabó por convertirse en un monasterio. Una comunidad religiosa, mixta, de mujeres y hombres, regida por la tradición mozárabe hasta finales del siglo XI.
En este monasterio, en los márgenes de un códice latino del siglo IX, se escribieron las conocidas “Glosas Emilianenses”, consideradas punto de partida de la lengua castellana. Una notificación del lenguaje utilizado por el pueblo llano. Además, el emanuense de turno, quizá porque fuera vasco parlante, añadió las primeras palabras escritas en euskera: JZIOQUI DUGU AJUTU EZ DUGU
La visita al monasterio comienza por un porche expuesto a la intemperie. Al parecer, en este lugar, están enterrados los “Infantes de Lara”, personajes ilustres del romancero castellano.
Allí, un arco mozárabe, con dibujos geométricos y representaciones hortícolas, abre paso a una sala diáfana donde tres grandes arcos de herradura dejan ver al fondo unos restos visigóticos.
En la cueva considera Oratorio de San Millán hay una lápida sepulcral del fundador del monasterio, al parecer del siglo XII. Se trata de una escultura yacente del santo de época románica, vestido con ropas sacerdotales visigodas, construido en alabastro negro.