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Después de los hechos acaecidos durante el mes de marzo la contienda toma inercia sucediéndose diferentes acciones que intentan ganar terreno riojano. Zumalacarregui, un día después, el 14 de marzo, cruza el Ebro en un conato para tomar Calahorra con casi 3.000 efectivos entre infantería y caballería.
El 5 de septiembre se produce otro embate sobre nuestra ciudad por cerca de mil hombres que dirige, entre otros, el cerverano Ignacio Alonso Cuevillas. Será dos días después cuando el enfrentamiento sobrepase las defensas en el puente de Briñas, por lo que a las cinco de la tarde del día 7 se da el toque de generala en la Villa. Los Urbanos y el resto de fuerzas responden a las milicias que suben desde el Oja-Tirón por la zona del Arrabal y San Agustín (hay que recordar que existía un ribazo o desmonte entre el puente y la Plaza, no existiendo la actual avenida de Navarra). El ataque rebelde se produjo desde siete puntos, siendo rechazado por la fusilería de la infantería regular y miliciana, asalto que se prolongaría hasta las 02:00 AM. El alcalde Santo Navarro Tariego es el que informaría del desarrollo del descrito ataque, así como del número de bajas de los asaltantes de 2 muertos y 6 heridos.
Sin embargo, será a mediados de octubre cuando Zumalacarregui realizaría la tentativa más importante pretendiendo afanarse los productos de la Real Fábrica de Ezcaray. (Hergueta relata los hechos de la manera que desarrollamos a continuación):
Cruzó, el general guipuzcoano el vado de Tronconegro, a escasos tres kilómetros de Cenicero, y la suerte sonreiría, en un principio, la expedición, ya que se encontrarían con una columna de aprovisionamiento con 2.000 fusiles. Tras este primer encuentro y persecución, la tropa Cristina, que intentaría defenderse oponiendo resistencia en el alto de Fuenmayor, sin éxito, es alcanzada en las inmediaciones de Logroño y el general guipuzcoano envalentonado con este golpe de suerte continuaría camino de Ezcaray, hallando en la villa de Cenicero con una férrea resistencia. Brava defensa que le retrasaría más de 26 horas, pese a los intentos de reducir a los Urbanos de la población que llegarían al extremo de refugiarse en la torre exenta de la iglesia, no logrando someterlos a pesar de quemar la iglesia y su mobiliario usando el humo, e incluso la guerra biológica, quemando las guindillas y pimentón existentes en la villa, para asfixiarlos. Tras unas bajas de más un de centenar de carlistas, entre muertos y heridos, y sin rendir a los valientes Urbanos cenicerenses, Zumacalarregui ordena el avance, temiendo la no consecución del objetivo principal de la acción.
El general antes de desistir, iniciaría el progreso por la orilla derecha, que le abre la posibilidad de continuar camino para cumplir sus objetivos en Ezcaray, o bien, comenzar la acción evasiva por dicha margen.
Al llegar a la altura de Haro, y ante un contraataque liberal más que justificado, el mando carlista admite el fracaso de la misión, debido al retraso sufrido en Cenicero, pasando por nuestra ciudad de forma sucinta proveniente de la parte de Solano de la margen derecha del Ebro, alcanzando el término de las Letanías por la conocida senda homónima, pago y camino, hoy avenida de Juan Carlos I, que describiremos en próximos capítulos, buscando el paso por el Oja-Tirón, no por el puente de Piedra que estaba vigilado, si no por los Egidos (capítulo 14 de esta serie), cruzando el río para retirarse por el puente de Briñas y ganar la zona carlista de la montaña alavesa, tras cruzar el Ebro por tan antiguo viaducto. Esta acción la realizaría sin oposición alguna, rodeando nuestra población de Sur a Norte aprovechándose de los recursos tácticos liberales, como puentes y vados que debían estar bajo la vigilancia harense.
El general Zumalacarregui, tras levantar las tropas carlistas de los desastres de las primeras derrotas, recibiría un balazo en la pierna, el 15 de junio, en el asedio a Bilbao, falleciendo en Cegama el 24 de junio de 1835.
Por lo que será a comienzos de 1835 cuando el comandante general de la zona Bartolomé Amor, comenzase los primeros trabajos de fortificación del puente de Piedra en previsión de más intentonas como la que se produjo al cruzar el general Zumalacarregui el Oja-Tirón.
A raíz de estos hechos se dejaría un solo acceso para carruajes a la población, se construyeron revellines y se acortijaron varias viviendas a lo largo de la Villa, a la vez que el convento de San Agustín sería designado como cuartel general y se reedifican las estructuras del antiguo cuartel “gabacho” de Santa Lucía.
Asimismo, se reconstruiría la torre de la Estrella (Castillete), estableciendo una mayor guarnición, además de aumentar el acantonamiento de tropas en la Villa con el consiguiente gasto para la población, en la que, incluso, se acomodarían más elementos burocráticos, tales como el ministerio de Gobernación o la Hacienda Militar, estando presente en la villa, durante largas temporadas, el general Espartero por su importancia como centro de las operaciones a nivel logístico, estratégico y administrativo.
En esta época localizamos los siguientes fuertes: El Castillo, Santa Lucia, San Agustín, Estrella y la torre de Santo Tomás; y comenzarían unas modificaciones para fortificar el puente de Briñas que pudieron ser nefastas, ya que se realizarían de forma tan chapucera y poco profesional, que lo dejarían inservible durante parte de la guerra.
Quema de templos
Continuando con el relato de Hergueta, en este tiempo tendrían lugar acciones, por parte de la tropa acuartelada o de paso por Haro, que el entonces párroco Ciriaco Aranzadi las consideraría como sacrílegas. Recordemos que este personaje, muy apreciado en la Villa, tenía ciertas simpatías carlistas y, asimismo, el Cabildo Parroquial reconocería el pronunciamiento Tradicionalista en su inicio. Así que ante lo que él consideraba excesos de la tropa liberal, como las mofas blasfemas y el uso de los útiles sacros de forma impía, se fue a presentar una queja formal al general Espartero, que se encontraba en la Villa dirigiendo la ofensiva. Tras una diatriba y unos insultos en latín al mando Liberal, al sacerdote no le quedaría otra que un autoexilio, no sé sabe bien si en Calahorra o en Agreda, por la animadversión que generó en el militar granatuleño. Lo cierto es que las tropas liberales presentaron un anticlericalismo férreo que se tradujo en quema de templos, como por ejemplo la ermita de Toloño en 1835 por parte del comandante de San Vicente Laureano Gobantes, o las tropas al dejar los cuarteles de invierno e ir hacia los frentes en 1838 a lo largo de la ribera del Ebro desde nuestra población.
Las obras de acuartelamiento y mantenimiento se llevarían a efecto con la enajenación de terrenos municipales en diversos términos, tales como el Viano, Malzapato, Prado de Bilibio, Fuentecillas, Fuentenueva, Prado de Cuzcurrilla, y varios solares urbanos en la Plaza Mayor, bajada al Puente, Juego de Pelota viejo o el Hospital Madre de Dios. Asimismo, el general Espartero promulgaría una ordenanza en la que se mandaba que se tomaran los bienes raíces de los hijos enrolados en las tropas Carlistas, pero ante el escaso valor de los bienes haría subsidiarios a los familiares e incluso a los Concejos de los sancionados. De igual manera se obligaría a personas acaudaladas afectas al régimen liberal a realizar “donaciones patrióticas”, y por último una penalización a las personas relacionadas con la tropa carlista que podía ascender hasta los 320 reales o incluso cantidades superiores. Órdenes y predisposiciones similares se dieron en la zona de administración Carlista, como por ejemplo en Guipúzcoa donde se prohibiría la emigración con fuertes correctivos de hasta 4.000 reales. El extrañamiento, las incautaciones y los secuestros de bienes fueron moneda común durante las diferentes contiendas en ambos contendientes.
En el año 1836 Haro estaría encuadrado en la línea de bloqueo diseñada por el general Córdoba. Asimismo, durante este mismo año se produjeron altercados entre el vecindario y miembros de las tropas liberales en concentraciones sociales como los bailes, teniendo en algún caso que tener que repetirse para el resarcimiento de las injurias, tal como nos cuenta Hergueta. También se produjeron toques de queda y cierre de los accesos o los puentes para mayor seguridad.
En abril de 1837 se realizaría la última expedición rebelde que involucró a la Rioja Alta y que supuso la última alarma en la Villa, ya que la guerra concluiría en el frente Norte el 31 de agosto con el abrazo en Bergara de Espartero y Maroto, pese a que en otros frentes continuaría hasta el año siguiente.
Sera en la siguiente década (1842), cuando se demolerían las fortificaciones de Santa Lucia y el Castillo, ya que acusaban un estado bastante lamentable.